19 de Septiembre: terremotos de coincidencia sádica

#19 de Septiembre




Martes 19 de septiembre, año 2017, el lugar, la U.N.A.M., apenas una hora pasada del mediodía yo terminaba mi jornada académica del día, entonces fui a uno de los jardines a pasar un rato con un par de amigos, Luz y David. Realmente no pintaba para nada especial ese día, aunque era el aniversario del terremoto que había devastado la capital de México en 1985, como a la mayoría de los seres humanos se nos pasa de largo cuan vulnerable es nuestro paso en este planeta, y la plática no salía de lo cotidiano y trivial, y nuestro día se gastaba sin sentir una gran empatía por aquel fatídico día.

De acuerdo con las autoridades, justo a las 13:14 sucedió algo que pareciera una oscura broma del destino. Todos los días estamos expuestos a cualquier eventualidad, en un universo infinito las posibilidades son infinitas, que un terremoto devaste un país y fracture la superficie del planeta, que un volcán erupcione y arrase con todo a su paso, que una raza alienígena nos colonice, que un meteoro acabe con la vida terrestre, incluso que D. Trump deje de ser tan asno, todo realmente puede suceder, pero que un terremoto golpee una ciudad justo en el aniversario del más devastador terremoto ocurrido en dicha ciudad, eso parece orquestado por un sádico titiritero.

Como es normal, ese día la plática con mis amigos no era nada del otro mundo, y entonces pasó, realmente no recuerdo haber escuchado la alerta sísmica, pero sé que las personas que se encontraban a nuestro alrededor comenzaron a espantarse y se levantaron inmediatamente. Yo, un poco desconcertado me levanté de mi sitio con la idea ver o escuchar algo más, en ese momento fue que Luz me comentó que estaba temblando y se levantó con toda la prisa del mundo.

De primer momento (como me suele pasar) no sentí el temblor, y lo primero que me alerto fue el sonido que hacían los cristales de las ventanas de los edificios que nos rodeaban, por un momento el sonido hizo pensar que se reventarían todos esos cristales, fue entonces cuando entendí completamente lo que estaba sucediendo. Los tres ya estábamos de pie, rodeados por tres edificios de al menos tres pisos de altura. De forma inconsciente lo que hice fue dirigirme hacia la zona de evacuación, pero David me detuvo y dijo que sería más peligroso atravesar los edificios, segundos después veo que pequeños pedazos comienzan a caer del edificio.

Fue aproximadamente un minuto más el tiempo que estuvimos en ese jardín, quizá ha sido el minuto más estresante en mi vida, se escuchaban todo tipo de alertas, pitidos de los autos, la vibración de los cristales, los silbatos de las autoridades encargadas de estas situaciones, y los gritos de tanta gente que sufría de la histeria colectiva,  todo en adición a la imagen de un edificio de 4 pisos tambaleándose frente mí.  

Por fin todo volvió a la calma, caminamos hacia la salida de la Facultad de Economía, llegamos y la mitad de la matrícula escolar estaba sobre el paseo universitario de C.U., miles de estudiantes, personal docente y administrativo, y cientos de transeúntes. En ese momento cuando todo era reciente, fue muy difícil (al menos para mí) asimilar completamente la magnitud de lo que había sucedido.

Lo primero fue, entre toda la multitud encontrar a nuestros amigos que al momento del terremoto se encontraban dentro de los edificios de la universidad, desde estos momentos supimos que las redes telefónicas estaban saturadas. Con gran dificultad que para conectar con alguna red telefónica y ya en compañía de unos amigos más, decidimos que sería una mejor idea esperar a que la situación se calmara un poco antes de volver a nuestras casas.

Comenzamos a caminar por distintos puntos de la universidad, la verdad es que nos motivaba el morbo, porque escuchamos que la Facultad de Odontología había sufrido algunos derrumbes leves, y en efecto, así fue. Durante todo nuestro recorrido, escuchábamos varias personas hablando de derrumbes en distintos puntos de la ciudad, y comenzaban a aparecer personas llorando, la verdad, pensé que solo era histeria colectiva y uno que otro tratando de hacerse el gracioso con la situación.

Ya como a las tres de la tarde con mejor acceso a internet, empezaron a llegar las noticias, aún era difícil diferenciar noticias reales de noticias amarillistas, por esta razón decidimos tomar la situación con calma y cada uno de nosotros volver a nuestras casas. Todos los amigos empezaron a irse, yo esperaría por mis primos hasta las 5 de la tarde, al final solo quedábamos David y yo.

En un momento eran tantos los rumores de derrumbes y gente lesionada, que los dos quisimos a provechar el tiempo tratando de ayudar en donde se pudiera hacerlo. Caminamos con rumbo a avenida de los insurgentes, en el camino nos encontramos con mi amigo Carlos, él se encargó de calmarnos un poco, nos ofreció su casa para descansar y relajarnos un poco. En casa de Carlos, tomamos un poco de vino para relajarnos un poco, estuvimos cerca de una hora, bebiendo y haciendo bromas, pero la realidad nos estaba alcanzando, en toda esta hora, no paramos de escuchar las sirenas de los cuerpos de emergencia, esta era la primera advertencia real de la magnitud de lo sucedido.

Por fin llegue a casa de mis tíos, seis de la tarde y estábamos todos reunidos en la mesa comiendo y compartiendo experiencias. Después de un rato viendo las noticias, mi primo Ricardo, su esposa Rosa y yo comenzamos a preparar decenas de sándwiches para repartir entre todas las personas de las zonas afectadas, tomamos nuestros abrigos, botas, oramos por un poco de suerte y tomamos camino.

Llegamos a la colonia Del Valle, había comenzado a llover, y en medio de la lluvia tratamos de repartir un poco de comida, esa era nuestra intención principal, pero al ir caminando, nos acercamos a la zona del derrumbe, al ver la situación, no pudimos evitar cambiar nuestro objetivo, la comida pasó a segundo plano, lo primordial, retirar la mayor parte de escombros que fuera posible para apresurar los rescates. Lo que me sorprende es que todo lo hice de forma casi automática, no sentí el paso del tiempo, estuvimos hasta las cinco de la mañana en el apoyo.

Dormí quizá tres horas, no sentía cansancio alguno, parecía que me movía en piloto automático. Después de tomar el desayuno, salí de casa de mis tíos para encontrarme de nuevo con mi amigo Carlos, fuimos al súper para comprar víveres para donación. Después de llevarlos a un centro de acopio, nos dirigimos a un condominio de departamentos que sufrió varios derrumbes peligrosos, en la zona de Taxqueña. En este lugar no había mucho que hacer, las autoridades recién habían acordonado el área y restringían el acceso a voluntarios sin equipo de protección, lo único que nos quedó por hacer fue ayudar a los residentes en el traslado de sus pertenencias al exterior de los edificios. Eso es algo que me pateó directo en el estómago, gente llorando por todo lo que estaba a punto de perder, su hogar, objetos de valor sentimental; gente llorando por doquier, afortunados quienes tenían otro lugar en el cual hospedarse, pero la mayoría se vio obligada a improvisar casas de campaña en una cancha de futbol rápido, en plena lluvia.

Al siguiente día mi amigo Carlos y yo salimos temprano, a buscar qué más podíamos hacer por los afectados, fuimos por unos cascos, una pala y un pico, y a darle duro. Mientras fumábamos un poco para distraernos un momento, recibí una llamada de mi amigo David, después de días sin saber de él, me enteré que la zona donde él vive fue quizá la zona más afectada de la ciudad de México, Xochimilco.

Quedamos de vernos, David nos recogió a la salida del tren ligero, un camino sumamente complicado nos esperaba. Después de comer para reponer energías, nos dirigimos al pueblo de San Gregorio en Xochimilco, donde nos encontraríamos con otro amigo de la escuela, Pedro, el cómo oriundo, nos guiaría hacia las zonas más urgidas de ayuda. Yo no estaba preparado para lo que ahí vi, quince minutos caminando hacia el centro del pueblo, quince minutos de un paisaje gris, polvoriento, siete de cada diez edificios estaban en el suelo, gente viviendo en las calles, sin alimento, soportando las lluvias de la temporada, mientras veían como los camiones de carga removían los escombros de lo que alguna vez fue su hogar.

En el centro del pueblo, la situación era aún peor, pues por el difícil acceso al pueblo, la ayuda aun no llegaba del todo. Ahí caminábamos los cuatro, cargando algo aquí, moviendo postes de alumbrado tirados, tirando paredes, cuando llegamos a la zona acordonada por el ejército, una zona con derrumbes importantes y con varios procesos de rescate llevándose a cabo en el momento. Para ingresar a dicha zona nos formaron en brigadas de diez integrantes, todos equipados con casco, guantes, pico y pala, uno a uno fuimos proporcionando nuestros datos personales, en caso de quedar atrapados en algún derrumbe, este fue el momento en el que a mí me dio el golpe de realidad, hasta ese momento mi respuesta a la situación del país había sido automática, pero cuando se generó le idea de quedar atrapado a mitad de un derrumbe, fue que entendí de verdad todo lo que estaba pasando, y no voy a mentir, me entró un miedo enorme, pero no había lugar para eso, agárrate los huevos y dale pa’lante.

Después de unas hora trabajando en la remoción de escombros, caminábamos por el pueblo, donde encontramos en la misma manzana, dos edificios de tres pisos cada uno, totalmente venidos abajo, con los rescatistas en plena labor. Son estos los momentos que más recuerdo, en una zona de rescate, solo una regla básica, si se levanta el puño cerrado, todo se detiene, todo se calla. Es impresionante, el silencio casi inmediato, aun a la fecha pensar en esos momentos me revuelven totalmente las emociones, ser testigo, de cientos de personas cooperando a toda marcha, callarse totalmente (y el silencio de un solo predio, se extendía por manzanas) para que los rescatistas pudieran localizar e interactuar con las víctimas, y después de horas o hasta días de trabajo en un solo edificio, ver que una persona puede ser rescatada con vida, es tremendo, de verdad es un madrazo de emociones, todavía me sudan las manos al recordar cómo después de seis horas de trabajo pudieron sacar a la última persona de aquel edificio.

La noche comenzó a caer, y en el pueblo no había nada de alumbrado, lo que imposibilitaba continuar trabajando a los voluntarios, nos despedimos de Pedro y regresamos  a casa de David por un poco de alimento y descanso. Nuestra distracción fue ver un par de capítulos de Dragon Ball Z mientras comíamos, creo que esa, ha sido una de las comidas que más he valorado.

Ya recobrados, nos enteramos que en el Parque México se concentraba un enorme número de voluntarios, que salían en brigadas de apoyo a zonas afectadas no solo de la ciudad, sino a otros estados, entonces allá fuimos. Llegamos ya de madrugada, por cosa del destino, no nos reclutaron en ninguna brigada, incluso me comentaron que en ciertas zonas existía un sobrecupo de voluntarios. Y aunque solo ayudamos un poco en el traslado de víveres, ir a ese parque me dio una pequeña alegría que necesitaba en ese momento, exceso de ayuda, muchas personas extranjeras (conocimos ahí a un español que vacacionaba en la ciudad y dejó sus vacaciones para poder ayudar un poco), incluso algunas celebridades, trabajando codo a codo y sin descanso, un buena dosis de esperanza.

Después de litros de café, dieron las 6 a.m. del viernes 22 de septiembre y por fin decidí volver a casa, después de tres días sin descanso, lo necesitaba, dormí casi quince horas seguidas. Las siguientes semanas solo nos dedicamos a la recolección y distribución de víveres, y un poco a la reconstrucción de las zonas dañadas, quizá hizo falta mucha más ayuda en este momento, pero muchos también teníamos otras obligaciones que cumplir, en mi caso, no perder el semestre.

Después de todo lo ocurrido, las zonas afectadas aún no han terminado de sanar, cuando el momentum pasó, se destaparon escándalos de desvío de los recursos para desastres naturales, gente que se robaba las donaciones llegadas del extranjero, un año después, los afectados de los edificios de Taxqueña que comenté, aún siguen viviendo en la calle y aun peor, hace unos días, las casas de campaña de estas personas fueron asaltadas, cruelmente robadas.

Pero como no existe mal sin la existencia de un bien, en el terremoto, se hizo evidente que en nuestra sociedad son más los buenos que los malos, una sociedad civil que inundo las calles, que se organizó, y que sacó adelante a miles de desconocidos. Miles de jóvenes apoyando en todo y en todo lugar, esta generación milenial que muchos tanto repudian, se hizo presente. En fin, una sociedad que levantó la mano ante la ausencia de un gobierno apático e incapaz de brindar una respuesta acorde a la situación que el país enfrentaba.

Esta fue mi experiencia, así viví tan caóticos días, desde niño, los adultos a mi alrededor me contaban sus experiencias del terremoto de 1985, y no entendía porque les afectaba tanto, no entendía por qué reaccionaban tan drásticamente ante un sismo, y siendo honesto, aun no lo puedo entender a la perfección porque el terremoto que ellos vivieron fue mucho peor que el de hace un año, pero hoy puedo imaginar lo que esa generación enfrentó y pudo sacar adelante. Mi más profundo respeto y admiración es para todas aquellas personas que en estos terremotos (y en cada desastre) arriesgan todo por completos desconocidos, por ayudar sin importar nada. Aun hoy día me sigo sin poder digerir todo lo que vi en esos días, ver fotos, videos de aquellos días, aun me desborda al punto del llanto.

Por ultimo quiero compartir algo que encontré sin quererlo dentro de un libro que leía esta semana, aunque habla de lo ocurrido en el 85, encaja a la perfección con lo ocurrido hace un año, tristemente. Un libro que habla sobre Lecumberri, escrito por Fritz Glockner y se titula Cementerio de Papel:

“El temblor ocurrido el 19 de septiembre de 1985 devastó a la Ciudad de México, pero, sobre todo, puso en evidencia la caducidad del sistema político, demostró sus fracturas, su incapacidad de enfrentar el desastre; mientras que la organización civil y la efervescencia de solidaridad fueron los ingredientes con los que se pudo hacer frente a la desgracia.”



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